Encantado de poder compartir un espacio al alcance de todos vosotros gracias a #versos al paso #boamistura
Avenida Alfonso XIII a la altura del número 23
Encantado de poder compartir un espacio al alcance de todos vosotros gracias a #versos al paso #boamistura
Avenida Alfonso XIII a la altura del número 23
Ahora que se aproximan las ferias del libro y sus firmas con los lectores permitidme una reflexión.
Cuando dando un paseo por cualquiera de ellas, dudes entre acercarte o no a esa caseta en la que la fila de lectores no serpentea a lo largo de la calle, acércate.
Estamos allí para compartir con vosotros, para viajar con vosotros, para soñar con vosotros.
Creemos en lo que hacemos. Nos ilusionamos con lo que escribimos. Nos entregamos en las letras que imprimimos.
Créeme si te digo que hemos recibido más negativas que muchos y, paradójicamente, hasta nos alegramos si las recibimos.
Porque la tónica general es no recibir esa negativa. Lo más normal es no recibir respuesta.
Pero seguimos.
Porque amamos la literatura y nos apasiona sentir, soñar, crear, vivir…
Nuestra meta, al menos la mía, no es enriquecernos con la escritura.
Nuestra principal preocupación es conseguir llegar.
Que tengas nuestros libros entre tus manos. Que nos conozcas.
Sabemos de la valía del tiempo y por eso te agradecemos que lo emplees en nuestras creaciones, en nuestras almas con forma de letras.
Por eso, elimina tus dudas y avanza con paso firme. Conoce. Explora. Innova. Arriesga.
Y si te agrada difunde. Comparte. Da a conocer.
Ese escritor, que sonríe al otro lado de la caseta, te estará eternamente agradecido.
Rafa Pérez Herrero.
Hoy no llegaste.
La mesa sigue vacía.
Me dio una pequeña punzada en el estómago cuando a las 9.15 no apareciste por la puerta. Un desasosiego extrañamente justificado.
A las 9.30 puse el cartel de reservado. Mi jefe me miró con extrañeza. Pero supo que era importante.
El café se ha enfriado. Y mi alma, poco a poco, quizá más lentamente que el café. Mal presagio. La tostada se está quedando dura. La miro, como si tuviera la respuesta a una pregunta que no quiero hacer.
A las 10 no era capaz de dejar de mirar la puerta. Una y otra vez subía el cuello al tintineo de aquellas campanillas que hoy me exasperaban.
Mi corazón se empeña en darme una respuesta que mi mente no quiere escuchar.
Las 11.
Alguien, al que ni siquiera quiero mirar pero al que reconozco perfectamente la voz, dice con voz algo anodina “¿te has enterado de lo de Luis?”
No quiero escuchar más, pero lo oigo.
Entonces, con rabia, recuerdo tu comentario del viernes. “Eso lo hago yo en menos de 4 horas”
Y te odio por un pequeño instante, quizá solo un segundo. Maldigo sin palabras esa fanfarronería, quizá sólo un segundo.
El odio se disipa entre la rabia y la impotencia. Cierta culpa, por no decir lo que pensaba el viernes, por callar, ahora que tú, callarás para siempre.
Entonces escucho el final de la frase. “Al menos no tenía familia, ni novia conocida. La verdad es que era un pobre solitario”
Intento abrir la boca, pero no puedo. Mi boca le habla sólo al corazón. A mi corazón roto en mil pedazos.
Me tenía a mí. A su calor de cada mañana. A mí, que sin palabras estaba allí. Perdida en su sonrisa. En su llegada.
Y le he perdido. Por 4 horas.
¡Camarera! ¿Qué pasa con ese café?